jueves, 27 de febrero de 2014

Los trazos de la canción / The songlines

Málaga, iglesia de San Lázaro

En el libro del mismo título, el siempre fascinante Bruce Chatwin explicaba, por boca del explorador Arkadi Volchov, que “al desplazarse por el país cada antepasado totémico había esparcido una huella de palabras y notas musicales a lo largo de la sucesión de sus pisadas, y cómo estos rastros de Ensueño estaban impresos sobre la tierra como «medios» de comunicación entre las tribus más distantes”. Con estas palabras aludía a la ancestral forma de orientarse de los aborígenes australianos por el territorio de sus predecesores; más que por hitos físicos, era a partir de rituales, canciones asociadas a éstos, como podían identificar el terreno por el que se transita y sentirlo como propio.

Con excesiva frecuencia reducimos el patrimonio a su cara más visible: el edificado. Sin embargo, hay otros rasgos menos evidentes que dan coherencia a la ciudad como hecho complejo, y que pueden persistir incluso a pesar de la desaparición de las arquitecturas que proporcionan un escenario a la vida urbana.

Por otro lado, también el centro histórico de Málaga es demasiadas veces confundido con una de sus partes, la correspondiente a su recinto amurallado, olvidando arrabales históricos como el de la Victoria. 

La Victoria es un arrabal que aún genera un fuerte sentimiento de pertenencia entre sus habitantes. En buena medida es el último de la ciudad en el que esto es posible, tras el exterminio programado e irreversible al que han sido sometidos otros barrios igualmente pertenecientes a la ciudad histórica como La Trinidad o El Perchel. La Victoria nos proporciona a los que vivimos en él todas las ventajas de la centralidad pero sin las servidumbres impuestas por la ciudad franquiciada-parque temático en que se ha convertido la mayor parte de la porción intramuros del centro histórico.

Como el resto de Málaga, ha sufrido los embates de la especulación y ha visto desaparecer un porcentaje muy elevado de su arquitectura anterior al siglo XX. Pero en este caso, el urbicidio al que ha sido sometido nuestra ciudad –y que aún no ha cesado- no ha conseguido acabar con la cohesión de una población variopinta y arraigada.

Y uno de los rasgos unificadores de esa población heterogénea es algo tan inmaterial como el tránsito umbilical a través de ese recorrido ancestral, materializado en los recorridos diarios de sus vecinos que invariablemente coincidimos a lo largo del trayecto, dada la casi inexistencia de otro recorrido alternativo al centro debido a razones topográficas.

Recorrido también ritual cuya importancia la ciudad reconoce también en las festividades populares, únicos momentos en los que los victorianos podemos verdaderamente gozar de la calle de la Victoria, despejada de vehículos, como punto de encuentro. Sí, porque el resto del tiempo es más un lugar de cruce que de encuentro, dado lo inhóspito del lugar en su configuración actual, convertido en un grosero tubo digestivo en el que toparse con los conocidos sin casi posibilidad de detenerse para no entorpecer el paso de las demás personas, dada la estrechez de la acera. Y es que muchos comenzamos a preferir el tortuoso camino en zig-zag a través de Lagunillas, más largo pero menos agobiante.

Es posible que algunos entiendan estos antecedentes como sentimentalismo caduco y sin aplicación práctica. Pues bien, una calle de la Victoria más amable, en el que el tráfico rodado no fuese el dueño sino la excepción, que propiciase la convivencia y el disfrute, no solamente proporcionaría la dignidad necesaria a uno de las rutas de mayor relevancia histórica de Málaga desde tiempos remotos (relevancia que aún se puede adivinar en una serie de hitos existentes en el recorrido, como la capilla del Agua o la iglesia de San Lázaro, y su culminación en el santuario de la patrona) sino que recordaría y subrayaría su pertenencia al centro histórico, ya que no al intramuros medieval. Además, la posibilidad de que la vida se remanse en los márgenes de esa vía, que en la actualidad escupe hacia sus extremos a los que por ella transitan, sin duda contagiaría de ese fluido vital a uno de los espacios de más amenazada supervivencia de la ciudad, ayudando a su revitalización: Lagunillas.

Dejémonos sorprender por lo que la muchas veces centenaria Victoria tiene que ofrecernos: el olor a azahar en primavera,  el chillido de los vencejos, las voces conocidas de nuestros vecinos al volver del trabajo a pie y dejemos que la vida vaya apropiándose de ella de nuevo, en lugar de verla pasar.

Como afirmaba el Arkadi de la novela de Chatwin:
-        - En otras palabras, ¿«existir» es «ser percibido»?
- Sí.

Adenda: El socavón. En muchos casos, actuaciones de este tipo están sujetas a especulaciones de urbanismo-ficción del tipo "qué ocurriría si..."; en este caso, el experimento ya se ha hecho con carácter improvisado por razones de fuerza mayor, y no parece que a la vista de los resultados el planteamiento sea disparatado.





2 comentarios:

  1. Querido Luis: En esa Iglesia me casé yo. Y entre Los Pinos, Ferrádiz y Conde Ureña, crecí. Ser Victoriano es gloria bendita. Yo no descarto dejar mi actual Monte de San Antón para volver a vivir a los pies del de las Tres Letras.
    Tal y como tu dices, vivir en esa zona, tiene las ventajas de estar a dos pasos del centro y carece de las desventajas inherentes a este.

    Un abrazo.

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  2. recientemente me he mudado con mi familia a este barrio, y nos ha sorprendido mucho la destrucción de patrimonio, la dejadez de la zona de lagunillas, y por supuesto lo insufrible de la calle victoria

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